Testimonio Sara Cañizares | 24 años
Soy una estudiante del Ciclo de Grado Superior en Diseño y Edición de Publicaciones Impresas y Multimedia, en IES Escola del Treball de Barcelona. Decidí acabar estos estudios con prácticas internacionales a través de la beca Erasmus+, y mi destino fue Roma (Italia).
He estado allí dos meses, entre junio y agosto, trabajando en una empresa startup de diseño gráfico y comunicación. He compartido habitación con una chica que vino también de Barcelona, junto con tres chicas más (una rumana y dos estonias) que vivían en el mismo apartamento. Dicho apartamento estaba en la periferia de Roma, a unos 20km del centro de la ciudad, precisamente en el barrio de Borghesiana. Fue una sorpresa descubrir el apartamento, tan alejado de Roma, en un barrio ruidoso en una zona que contaba con apenas un bar, un supermercado y otros pequeños negocios. El apartamento, la planta baja de una casa, contaba con tres habitaciones con literas, una cocina y un baño. No teníamos salón ni tampoco acceso al grande jardín que rodeaba la casa, ya que una baranda en la puerta de la cocina nos impedía salir. La conexión con la ciudad que nos ofrecía aquella zona era una parada de Metro que en 30 minutos llegaba a Lodi, una zona más cercana al centro. Por motivos de obras, esta línea de metro no llega a unirse con ninguna de las otras dos líneas de la ciudad, y sólo funciona hasta las 20:30h todos los días de la semana. La alternativa para volver a casa, si no se llegaba a coger el último metro, era subirse en Lodi a un autobús sustitutivo, que tarda una hora aproximadamente en llegar a Borghesiana, lleno de gente ruidosa y algo extraña, algunos de ellos mientras beben cerveza, y sin aire acondicionado en pleno verano. Roma puede ser muchas cosas, pero es también una ciudad caótica y mal gestionada: el tráfico es una selva con gente que parecen locos al volante y sin respeto alguno por el peatón, un transporte público deficiente rozando lo tercermundista, calles sucias y muchos hombres machistas que te dicen cosas cuando vas andando tranquilamente por la calle. Todo esto condicionó mucho mi estancia en Roma, tanto a mí como a mis compañeras, a la hora de tener vida social o estar por la ciudad eterna de noche, uno de los mejores momentos para ver y descubrir. Pero pensar en coger el autobús nos causaba escalofríos, y se nos quitaban las ganas de cenar fuera y mucho menos salir de noche.
Para llegar a mi empresa, tenía que coger dos metros y un autobús, tardaba aproximadamente una hora y media por trayecto, de lunes a viernes (si volvía con el autobús tardaba 2 horas). En la empresa me acogieron muy bien desde el primer día. En principio hacía 6 horas diarias, aunque a veces me quedaba más por voluntad propia, porque hice un trabajo realmente interesante allí y aprendí mucho. Al tratarse de una startup y con empleados jóvenes, viví con ellos el entusiasmo de tirar adelante un proyecto y un negocio, y fue un orgullo para mí formar parte de ello. Allí aprendí cosas que ni había imaginado, con una metodología distinta a cualquier cosa que hubiera visto antes, y me he vuelto a casa con muchas ganas de seguir aprendiendo y seguir estudiando. En el trabajo tenía que hablar italiano, y aunque cuando llegué apenas podía decir cosas muy básicas y me costaba entender todo lo que me decían, me he vuelto a Barcelona con un nivel B1 y esto es también una de las mejores cosas que me ha dado esta experiencia. Aprender otro idioma te abre la mente y te integra en el país de acogida. Gracias al esfuerzo y a los rápidos avances con el idioma, empecé a juntarme con romanos y me sentía muy acogida por ellos, por lo que cada día me animaba más a seguir esforzándome, y me vuelvo a casa con ganas de regresar algún día.
Hice todo el turismo que pude los fines de semana, aunque me han faltado muchas cosas por ver. El centro de Roma es impresionante y vale la pena pasear y admirar todo el legado clásico que hay en casi todas sus calles. También vale la pena participar en diferentes actividades de la ciudad como visitas guiadas nocturnas, conciertos, museos, mercados o encuentros en Lungotevere. Vale la pena moverse todo lo posible por la ciudad, para ir conociéndola y aprender a moverse por ella, así como descubrir nuevos rincones. Y por supuesto, probar su gastronomía.