Testimonio Marta Guillén | 24 años
Pensaba que las lagrimillas no llegarían hasta la última semana de agosto, pero ya empezaron a finales de mayo, al terminar el tercer proyecto Youth Exchange que organizaba mi asociación de acogida. Después de una semana intensa de trekking y acampada bajo la lluvia y luego bajo el sol abrasador, y de reflexiones cada día sobre cómo nos sentíamos, caí en la cuenta.
Empecé esta aventura en Milán, Italia, el 2 de septiembre de 2017 y no me puedo creer que esté a punto de terminar. ¡Se me ha hecho tan corto y tan largo a la vez! Tan corto porque parece que fue ayer cuando llegué una tarde lluviosa a Centrale en el bus desde Malpensa, cuando aún no hablaba italiano… Y tan largo porque es increíble toda la cantidad de cosas que me ha dado tiempo a hacer en estos meses.
Desde el principio tuve que acostumbrarme a las despedidas de gente que se iba (SVE que terminaban, otros que empezaban en otra parte, mudanzas...) pero no era consciente de que algún día sería yo la que se fuera. Me parecía que quedaba muy lejano ¡y ahora está ya ahí! Y es que últimamente no tengo otra palabra con la que describirme que no sea FELIZ. Durante este año he aprendido italiano, he conocido a mil personas maravillosas, he aprendido un montón sobre los proyectos de Erasmus+ en mi asociación (¡incluso he tenido la oportunidad de escribir uno!), he viajado mucho y he desarrollado mi paciencia, mi capacidad de adaptarme a situaciones nuevas y he perdido completamente de vista mi zona de confort. Pero el mejor momento fue cuando llegaron nuevos voluntarios a la ciudad y, por lo tanto, nuevos amigos y compañeras de piso/aventuras.
Mi proyecto consistía, principalmente, en realizar tareas de comunicación en la oficina de mi asociación, pero al final me he sentido un poco “mujer orquesta” y me ha encantado. He gestionado redes sociales, he hecho fotos, he hecho entrevistas por Skype y charlas en centros juveniles, he ejercido como “facilitadora” en varios Youth Exchanges (donde mi ukelele ha sido siempre el rey de la fiesta) y como educadora en un “doposcuola”, he asistido a cursos, he ejercido de “mentor informal” para mis compañeros SVE que llegaron después de mí y, desde hace poquito, incluso ayudo en una asociación local que se dedica a recuperar comida de los mercados para que la puedan aprovechar quienes más la necesitan. Conclusión: hago un poquito de todo ¡y me encanta!
Sin duda el SVE es una experiencia diferente a las que he vivido antes y a las que viviré en el futuro. Todo, hasta las cosas más pequeñitas, ha sido mágico y he aprendido mucho con ello.
Así que, si estás leyendo esto mientras te planteas si hacer un SVE, te lo digo ya: ¡HAZLO! ¡Vete, descubre, aprende, viaja, despierta!