[Santaco EVS] Febrero: "Nieve sobre Palmeras"
Nos esperábamos sol y calor en España. El día que llegamos una brisa fría nos dio la bienvenida mientras encendíamos las pequeñas estufas ofrecidas por Jonathan, el hombre de mantenimiento de nuestro edificio, multifuncional y omnipresente ambos en nuestro pensamientos y las calles de Santa Coloma de Gramenet, la ciudad al lado de Barcelona que será nuestra casa hasta agosto.
Empezamos nuestra experiencia participando en actividades diseñadas para conocernos y romper algunas barreras, que básicamente significa hacer cosas bastante raras con cara cool y de confianza abriéndose con compañeros de piso y de trabajo.
Recordar todo lo que ha pasado desde que llegamos parece una empresa ardua. Nuestro voluntariado se desarrolla en sitios diferentes a través de actividades diferentes; cada uno de nosotros tiene su propia historia para contar.
Una cosa cierta es que viniendo de Francia, Austria, Hungría y el Norte de Italia todos nos creíamos un estereotipo común: España es un país del Sur; en España hace calor. Esto provocó maletas llenas de ropa para el verano y poca para el invierno y una sensación general de estupor y traición al ver la nieve posarse sobre los árboles la última semana de febrero en lugar de los capullos que nos esperábamos ver florecer. La primavera que pensábamos que iba a llegar temprano había sido remplazada por un invierno tardío. Nieve sobre palmeras. La pequeña planta de albahaca que tratamos tan mal y que hemos puesto en el balcón ahora está más que muerta.
Sin embargo nuestro sentido del humor parece crecer cada día más canallesco y fuerte, hecho que hace nuestra convivencia estupenda. Intentaré recordar todo lo que ha pasado semana por semana así que se vea cuanto de guays somos todos. Las cosas van cambiando tan rápido…
Seguramente una de las experiencias más notables de la primera semana fue el desafío que nos lanzó el equipo de Mundus. Preparad comida para 17 personas. Tenéis una hora y 30 euros de presupuesto. Pasta no está permitida. ¡Go!
Obviamente causó el pánico por unos segundos pero al final nos decidimos por arroz con verduras y pollo. Nos pareció que debíamos cocinar arroz para la población china entera. Media hora después nos dimos cuenta de que la mitad de lo que estábamos intentando preparar habría sido más que suficiente. No hace falta decirlo, llegamos una hora después y la comida no salió exactamente como esperábamos.
Afortunadamente una semana después tuvimos la oportunidad de enseñar nuestras verdaderas habilidades culinarias en el almuerzo internacional, durante el cual cada uno trajo y cocinó un plato típico de su país. La mesa estaba cubierta de delicatessen con nombres impronunciables de toda Europa.
Unos días después de la preparación y las actividades de ice-breaking recibimos nuestros horarios de trabajo. La mayoría de nosotros trabaja con niños y jóvenes y todos damos talleres de idioma y participamos en el café lingüístico, un evento que permite practicar inglés, francés, italiano, alemán o húngaro según preferencia. La sensación de estar en frente de una clase con veinte pares de ojos que te miran fijamente esperando que les des bastante información para rellenar el vacío en sus pupilas es irremplazable.
Como trabajamos en sitios diferentes, cada noche al cenar compartimos historias sobre nuestro día: en el Centre Obert Rialles Nico conoció un chico que dio vida a una marca de ropa desde la nada, comprando camisetas blancas en h&m e imprimiendo diseños impresionantes sobre ellas. Guillaume come la pizza que ha cocinado con los niños en Fundació Mans a les Mans mientras Selin describe sus batallas para comunicarse en español: “aquí aquí” con dedo-indicando-al-suelo es la nueva forma de decir “por favor no me saltes encima”.
Entre armarios que parecen librerías y niños hablando en catalán para no hacerse entender se colocan las aventuras de las noches barcelonesas. Nuestro piso, nuestra actitud y apariencia ya han cambiado. Ha pasado casi un mes desde que llegamos; el tiempo corre rápido pero nosotros sabemos que estamos ganando la carrera.
We expected warm and sunny weather in Spain. The day we arrived a cold breeze welcomed us as we turned on the little heaters provided by Jonathan, the maintenance guy of our building, multifunctional and omnipresent both in our thoughts and the streets of Santa Coloma de Gramenet, the city right next to Barcelona that will be our home until August.
We begin our experience taking part in the activities designed to make us know each other and break barriers, which basically means doing embarrassing things looking cool and confident while opening up with flatmates and co-workers.
It seems really hard to recollect everything that happened since our arrival. We’re volunteering in different places and doing different activities, along with language courses, so each one of us has a different story to tell.
One certain thing is that coming from France, Austria, Hungary and the North of Italy we all believed in one common stereotype: Spain is a Southern country; in Spain it’s hot. This resulted in suitcases full of many summer and a few winter clothes and a general awe and feeling of betrayal when we saw snow laying on the trees the last week of February instead of the blossoms we expected to watch blooming. The spring we thought would come early had been replaced by a late winter. Snow on palm trees. The little basil plant we treated so badly and put on our balcony is now more than dead.
Our sense of humor on the contrary seems to grow every day meaner and stronger, which makes our home great. I will try to recollect week by week everything that happened so you will be able to see how amazing we are. Things are changing so fast.
One notable event in the first week was surely the lunch challenge that the Mundus office threw. Prepare food for 17 people. You have an hour and 30 euros of budget. Pasta is not allowed. Go! We obviously slightly panicked and we chose to go for rice with vegetables and chicken. We also thought we were cooking rice for the entire Chinese population. It took a good half an hour to realize that half of the quantity we were trying to prepare was more than enough. Needless to say, we arrived an hour late and the dish didn’t exactly turn out as we expected.
Fortunately a week later we had the chance to show our actual cooking skills at the international lunch, during which everyone brought and cooked a typical dish from their country.The table was covered in amazing delicacies with unpronounceable names from all over Europe.
After a few days of preparation and ice breaking activities we received our working schedule. Most of us work with children and youngsters and we all teach language classes and take part in the linguistic café, an event that allows locals to practice English, French, Italian, German or Hungarian, according to their preference. The sensation of being in front of a class, having twenty pairs of eyes staring at you while expecting you to give them enough information to fill the empty look in their pupils is irreplaceable.
Since we work in different places, every night at dinner we meet around the table and we share stories about our day: in the Centre Obert Rialles Nico met a guy who built a clothing brand from scratch, buying white h&m t-shirts and printing impressive designs on them. Guillaume eats the pizza he made with the children in Mans a les Mans while Selin describes her struggle in communicating in Spanish: “aquí aquí” with finger-indicating-floor is the new form of saying “please don’t jump on me”.
Between wardrobes that look like libraries and children that speak Catalan not to be understood lay the late and not-so-late night adventures. Our flat, our attitudes and out looks have already changed. It’s been almost a month since we arrived; time is running fast but we know we are winning the race.
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