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Testimonio Marta Fernández | 23 años

SVE en la Universidad de Pécs, Hungría

Hace aproximadamente un mes que he regresado a España de mi voluntariado en Pécs, Hungría. Después de 10 meses intensos y sin descanso (en el buen sentido) no sé cómo simplificaros mi vida allí, por momentos incluso siento que no he llegado a asimiliar todo lo vivido.

He trabajado en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Pécs, concretamente en el departamento destinado a ayudar a estudiantes universitarios con necesidades especiales. Mi trabajo era muy flexible. Diariamente acudía a la oficina, donde disponía de mi propia mesa y ordenador. Compartía oficina con compañeros locales y mi jefe. Era una oficina grande y con diferentes habitaciones donde día a día convivíamos en un estupendo ambiente de trabajo. Los estudiantes con necesidades se pasaban habitualmente por allí. Algunos necesitaban imprimir, otros hacer fotocopias, otros simplemente venían a charlar y practicar inglés o español conmigo, algunos utilizaban la oficina como lugar de espera a las siguientes horas de clase… etc. Mi principal tarea era atenderles, hablar con ellos, ofrecer un espíritu internacional al servicio.

Algunos días, en el caso sobre todo de alumnos con ceguera, tenía que acompañarlos a sus clases, o bien ir a la residencia donde se hospedaban para ayudarles con tareas del hogar, compra, etc. Por lo tanto, no sólo trabajaba en la facultad, si no que me movía por la ciudad, así como a veces acudía a eventos sobre discapacidad en centros educativos a los que el equipo estaba invitado.

También tuve la oportunidad de llevar a cabo mis propios proyectos. Inicié un proyecto llamado “We wee will win” que consistía en hacer juegos y talleres sobre creatividad y educación emocional. Mi principal objetivo era conocer en profundidad a los alumnos en un entorno amigable y de confianza donde ellos se sintieran cómodos y se divirtieran. Lamentablemente, no tuvo mucho éxito mi proyecto. Tras conversaciones con mi jefe, no sabemos muy bien qué es lo que falló. Algunos alumnos asistían a los talleres, pero no existía un compromiso, por lo que algunos días me encontraba sola y sin alumnos. También llevamos a cabo un “English Club Conversation” al que muy pocos participaron. Creemos que los alumnos estaban ocupados con sus estudios y vida personal, por lo que no pueden comprometerse con nuevos proyectos. Así que me dispuse a, simplemente, crear eventos puntuales sobre alguna temática. Un día llevé a cabo en la oficina una presentación llamada “Spanish Stereotypes: ¿true or false?”. Muchos alumnos participaron aquel día, alumnos con necesidades especiales y sin ellas, fue una actividad abierta. Charlamos sobre la cultura española cuestionando estereotipos y pudimos disfrutar de una rica Sangría casera, tortilla de patata y tapas que preparé con mucho amor. ¡Les encantó!

¿Os he dicho que también participé en un grupo de Contact Improvisation integrado? Llevamos a cabo una actuación de baile integrado, con personas con discapacidad física y visual. Fue una experiencia única, creativa y me ha impulsado a continuar en el maravilloso mundo de la danza y el teatro.

Hacer un SVE implica todo. Implica tu proyecto, por supuesto, porque es lo más importante. Pero el otro 50% es todo lo demás. Los viajes por Europa, las nuevas rutinas, todas las amistades de distintas nacionalidades que se convirtieron en un apoyo y compañía fundamental, los idiomas, los proyectos personales, las fiestas… hasta los días de frío infernal tenían su encanto. No tiene precio todo lo que he aprendido sobre mí misma y la vida. Se que suena a cliché, pero es una realidad.

Mi vida en Hungría… ese país tan desconocido para muchos que guarda tantas maravillas para quien se quiera atrever a descubrirlas. Mi vida allí ya terminó, llenándome de energía para lo que ahora esté por venir. Porque así pasa uno la vida, cerrando etapas y abriendo otras. Todo surge y todo llega de forma natural. En cada momento de tu vida puedes intuir qué es lo que necesitas, cuáles son tus siguientes metas por alcanzar. El propio instinto nos guía y pocas veces se equivoca. Y en el caso de que se equivoque, en realidad no lo ha hecho porque equivocarse es acertar. Es aprender. Es saber con qué piedra no tropezar otra vez.

Con cariño,

Marta.

Marta Fernández